Salud y alimentación
Ambientalismo de cercanía

Viajar es salir de la zona de ECONFORT

¿Cuáles son los desafíos ambientales a los que nos enfrentamos cuando viajamos? 23 días viajando y 3 problemas con los que me encuentro a diario.

Abogada y diplomada en el Programa de actualización de Políticas Públicas y Cambio Climático. Autora del libro "Una vida sustentable"

Muchas veces hablamos de turismo sostenible y sobre cómo hacer para viajar minimizando nuestro impacto ambiental. Sin embargo, "del dicho al hecho hay mucho trecho" y no siempre se puede aplicar la teoría a la práctica.

Viajar implica no solo un cambio de locación, sino también una modificación en prácticamente todo lo que nos rodea

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El 31 de enero tomé un avión y aterricé en México, y desde entonces, son muchos los momentos en los que trato de sostener los hábitos conscientes que en Argentina reproduzco casi sin esfuerzo. Lamentablemente, encontré varios obstáculos.

El problema del plástico

Uno de los hábitos sostenibles que desde el ambientalismo de cercanía se plantea y se propone es evitar los plásticos de un solo uso. Para ello, abundan los consejos que nos facilitan la tarea de hacer las compras sin volver a casa con cientos de envases plásticos: llevar botella reutilizable, usar bolsas de tela para guardar las compras, reutilizar frascos o bolsas para comprar a granel, llevar un envase hermético para evitar bandejas descartables, rechazar sorbetes y cubiertos descartables, entre otras.

Cuando estamos viviendo nuestra rutina, podemos eventualmente automatizar todos estos reemplazos para que con el correr del tiempo, se vuelvan más fluidos y menos costosos. Llevamos nuestra botella para ir a entrenar, nos hacemos de varias bolsas de tela para evitar las de plástico descartable, conocemos los comercios de barrio a los que entregarles nuestras bolsas para comprar suelto y los comerciantes saben que somos "la/el que lleva su propia bolsa". Tenemos las bolsas que siempre usamos en la verdulería, el recipiente hermético que siempre usamos para la fiambrería y algunos potes de helado para rellenar en la heladería. La rutina incluye e incorpora estos hábitos sostenibles. Es, como me dijo una seguidora, la zona de ECO-nfort.

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Cuando nos vamos de viaje, no solo dejamos nuestro horario de trabajo, nuestra cama, nuestros amigos animales y nuestras plantas, sino que también abandonamos gran parte de la rutina que nos ayudaba a ser más sostenibles. Por eso, sabiendo que iba a enfrentarme a un desafío, traje algunos elementos de mi kit sustentable: un recipiente plegable, una bolsa de tela para hacer las compras, dos juegos de cubiertos de madera, una botella reutilizable y algunas bolsas de plástico para reutilizar en caso de ser necesarias.

Quería traer parte del kit, pero sabía que no podía cargar con todo, no podía traer bolsas de más, ni muchas botellas reutilizables, porque al viajar con mochila cada gramo pesa y molesta.

Si bien el kit es escueto, lleva 23 días ayudándome a reducir mi generación de plásticos descartables.

Así y todo, todavía no hablé del problema al que me enfrento: el exceso de plásticos en todas partes.

Los primeros 15 días del viaje los pasamos en Ciudad de México, un lugar donde, para quienes amamos la comida mexicana y el ahorro, lo mejor es comer en alguno de los muchos carritos que hay en la calle. Sin embargo, la comida callejera tiene una contracara: la enorme utilización de plásticos descartables para la entrega de la comida. Y acá viene lo sorprendente, si bien en algunos carritos los tacos, quesadillas y otros manjares se sirven en bandejitas de cartón, en la mayoría se usan platos de plástico reutilizables PERO envueltos en una bolsa de plástico descartable, con lo cual, después de 5 minutos de uso y al terminarse la orden de tacos, la bolsa termina aplicada con otras cientos en una gran bolsa de basura.

El problema de la comida callejera y el packaging no es solo de la Ciudad de México, por supuesto, pero lo que me llamó la atención es que esta práctica se aplica muchas veces en pequeños restaurantes en los que perfectamente se podría lavar la vajilla, sin embargo, elijen envolver los platos con plásticos descartables.

Frente a esta situación, la solución hubiera sido desde un primer momento pedir que, en lugar de servirnos la comida en platos envueltos en plásticos, la sirvieran en el envase que traigo desde Argentina, pero creo que justamente en este punto es en donde me reconozco fuera de mi zona de confort: si muchas veces nos da vergüenza o se nos dificulta plantarnos desde la diferencia en nuestro propio país y cultura, mucho más difícil es hacerlo en otro país con otra cultura. Ese cambio, ese saberme fuera de mi lugar, el ni siquiera entender muchas de las comidas que se ofrecían en el cartel del carrito en el que pretendía comprar, hizo que me resultara muy difícil reafirmar mi diferencia.

El problema del agua (y del plástico, de nuevo)

Soy del Gran Buenos Aires, y si bien tengo filtro de agua en mi casa, sé que perfectamente puedo tomar agua de la canilla, tanto en mi casa, como en un restaurante. Desde esa comodidad, uno de los consejos más comunes que doy es llevar siempre la botella reutilizable y recargarla, para de esa manera evitar consumir botellas plásticas descartables.

Dicho eso, uno de los problemas con los que me encontré estando en México es que, principalmente en la zona de la Rivera Maya (para nosotros mejor conocida como "el caribe") el agua de la canilla no puede tomarse. Tal es así que de hecho, ni siquiera es recomendable usarla para lavarse los dientes. Por tal motivo, a pesar de tener botella reutilizable y de llevarla siempre en la mochila, muchas veces no tengo otra opción más que comprar agua embotellada. En este contexto distinto, con estas reglas de juego diferentes, podemos pensar algunas otras alternativas para que la generación de residuos plásticos se mantenga al mínimo: siempre comprar los envases más grandes posibles. Por eso, frente a la falta de agua potable, mejor comprar bidones de varios litros e ir rellenando la botella reutilizable (y alguna plástica de litro), en lugar de comprar constantemente botellas pequeñas de 500cm2.

Un problema vinculado a esto, es que, cuando estamos en movimiento, viajando y cambiando de lugar cada pocos días, no podemos comprar bidones de 20 litros, por lo tanto, incluso tratando y siendo lo más conscientes posible, es difícil.

El problema del reciclaje

Si bien hay otros tantos problemas y dificultades vinculadas a los viajes y a la sustentabilidad, elijo cerrar con este: ¿Qué hacer con los residuos que generamos?

Normalmente, en mi casa, el sistema de gestión de reciclables es fluido. Tenemos un espacio en la cocina a donde ponemos los plásticos, vidrios, cartones, metales y las botellas de amor. Una vez por mes, aproximadamente, los sacamos para que los retire el camión que recoge reciclables o los llevamos a algún punto verde. Acá no es tan simple. Separar residuos es fácil, lo difícil es tener a donde llevarlos, o descubrir en los pocos días que habitamos un lugar cuál es el sistema disponible en esa zona. No en todas partes hay puntos verdes, no en todas partes hay un sistema de recolección diferenciada, no en todas partes tenemos la posibilidad de disponer correctamente de nuestros residuos.

En este punto, solo queda cruzar los dedos, esperar que el hostel al que llegamos sea un lugar con consciencia y con tachos diferenciados y disfrutar de esa comodidad los días que se puedan y enterrar los orgánicos en cualquier huequito de tierra que aparece. Hay algo que aún no hice, pero que estaría bien hacer y tal vez lo implemente pronto, que es comenzar una botella de amor y llevarla conmigo para por lo menos de esa manera aportar un poco más a la gestión de los residuos plásticos que género.

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En definitiva, este articulo es un recordatorio de que no existe el ambientalista perfecto, y que incluso cuando creemos que tenemos todo bajo control, siempre podemos encontrar nuevos desafíos para descubrir cómo podemos dañar lo menos posible nuestro planeta.



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