Política
Diez años del Acuerdo de París

El error de cálculo más afortunado de la historia y la trampa de la "brecha de sufrimiento": balance definitivo de la década de París

Hace diez años, los modelos matemáticos decían que la transición energética era una utopía costosa y que el mundo iba hacia un calentamiento de 4°C. Hoy, la tecnología solar creció 15 veces más rápido de lo previsto y la catástrofe total se ha evitado, pero hemos entrado en una zona gris peligrosa: un mundo de 2.6°C donde la gestión de la crisis climática chocará de frente con la volatilidad económica.

El 12 de diciembre de 2015, cuando Laurent Fabius bajó el martillo verde en Le Bourget para sellar el Acuerdo de París, la atmósfera era de alivio diplomático, pero de profundo pesimismo científico. Los "business as usual" -los escenarios tendenciales- apuntaban a un planeta invivible a finales de siglo. Diez años después, al mirar por el retrovisor, lo primero que salta a la vista no es solo el cambio climático, sino un colosal error de cálculo de los expertos, uno que, irónicamente, nos ha dado una oportunidad de pelear.

Según el análisis de la Unidad de Inteligencia de Clima y Energía (ECIU) publicado para este aniversario, las proyecciones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) de 2015 sobre el despliegue de renovables quedaron ridículamente cortas. La capacidad solar instalada anualmente hoy es 15 veces mayor a lo que aquellos modelos pronosticaban. No fue un error marginal; fue un fallo sistémico en la comprensión de cómo las curvas de aprendizaje tecnológico y las economías de escala pueden pulverizar los costos.

Esta aceleración, impulsada por una caída del 80% en los costos de la tecnología solar y una inversión verde que hoy alcanza los USD 2.2 billones anuales (duplicando a los fósiles), ha logrado lo que parecía imposible: doblar la curva de emisiones. Ya no vamos hacia los 4°C. Sin embargo, celebrar esto sería no entender la nueva naturaleza de la amenaza.

La nueva métrica del dolor: 57 días

El alivio por haber evitado el escenario apocalíptico se disipa rápidamente al leer el reporte conjunto de Climate Central y World Weather Attribution. Sus análisis introducen una dosis de realismo brutal: las políticas actuales nos sitúan en una trayectoria de 2.6°C a 2.8°C.

¿Qué significa esto en la vida real, lejos de los gráficos de PowerPoint? Significa una "brecha de sufrimiento" cuantificable. El estudio indica que, en este escenario, las poblaciones globales enfrentarán un promedio de 57 días adicionales de calor peligroso al año en comparación con la era preindustrial.

La década transcurrida desde París ha servido para confirmar la ciencia de la atribución. Ya no hablamos de "desastres naturales" al azar. Hoy sabemos, con huella digital estadística, que las olas de calor, las sequías y las tormentas que han costado miles de millones en la última década fueron atenuadas por el carbono acumulado. La conclusión del reporte es sombría: hemos evitado la extinción, pero hemos garantizado la inestabilidad crónica.

Ganadores, perdedores y la sorpresa chilena

En este tablero reconfigurado, el reporte de Zero Carbon Analytics ofrece una radiografía de quiénes entendieron la señal de París a tiempo. El dato de que 20 países ya obtienen una quinta parte de su electricidad de fuentes renovables esconde historias de adaptación agresiva.

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El caso de los Países Bajos (del 11% al 50% de renovables) demuestra que la transición es posible incluso en economías maduras e industrializadas con alta densidad poblacional. Pero el caso de Chile es quizás el más instructivo para el Sur Global. Nuestro vecino no solo aumentó 27 puntos porcentuales su capacidad limpia hasta llegar al 70%, sino que lo hizo convirtiendo la desventaja geográfica en un activo de exportación futura. Chile entendió antes que nadie en la región que el Acuerdo de París no era un tratado ambiental, sino un tratado comercial disfrazado: quien no descarboniza, pierde mercados.

Argentina: La "Esquizofrenia Institucional"

Aquí es donde el análisis del IDDRI (Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales) se vuelve crítico para entender la posición argentina. En su documento "Una década de acción climática nacional", el IDDRI disecciona la trayectoria de las principales economías y ubica a la Argentina en una posición compleja, que podríamos denominar de "modernidad institucional y retraso económico".

Durante estos diez años, Argentina fue muy eficaz en construir la arquitectura burocrática que pedía París: Gabinetes Nacionales de Cambio Climático, leyes de presupuestos mínimos, planes a 2030 y estrategias a 2050. En los papeles, el país cumple. Pero el reporte desnuda la falta de "implementación en la economía real".

Existe una desconexión profunda. Mientras la institucionalidad climática avanza por un carril, la matriz productiva y la estrategia de obtención de divisas siguen ancladas a la volatilidad de los commodities y, paradójicamente, a la expansión de la frontera fósil en Vaca Muerta. El IDDRI advierte que esta dualidad es insostenible: sin alinear las señales de precios y el acceso al financiamiento internacional (que hoy fluye hacia lo verde), la "arquitectura institucional" corre el riesgo de ser un cascarón vacío. Argentina tiene los recursos naturales para liderar (como Chile), pero la inestabilidad macroeconómica ha funcionado como un freno de mano para la inversión de capital intensivo que requieren las renovables.

Hacia la década de la fricción

La COP30 cerró con la promesa de Simón Stiell de una "década de implementación". Pero el término es engañoso. "Implementación" suena a gestión administrativa, cuando en realidad nos enfrentamos a una década de fricción.

El análisis de estos diez años nos deja una lección final mucho más compleja que el simple "vamos ganando" o "vamos perdiendo". 

Primero, porque la transición energética ya no es una cuestión de altruismo, sino de seguridad nacional. La dependencia de los fósiles se ha revelado como una debilidad geopolítica (como se vio en la crisis energética europea post-invasión a Ucrania).

Segundo, porque los costos de la inacción han dejado de ser futuros. Los USD 28 billones en daños atribuidos a las grandes petroleras son una factura que alguien va a tener que pagar, y la litigación climática será el gran campo de batalla de los próximos años.

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Lo que viene no es una transición suave. A medida que las renovables sigan creciendo (y lo harán, porque ya son más baratas), la resistencia de la vieja economía será más feroz, y los impactos físicos del clima (esos 57 días de calor) golpearán justo cuando los países necesiten recursos para transformar sus infraestructuras.

El Acuerdo de París fue el éxito diplomático del siglo XXI porque logró que todos se subieran al mismo barco. El desafío de los próximos diez años no es el rumbo, sino la resistencia del casco: tendremos que transformar los motores de la economía global en medio de la tormenta perfecta, tratando de que las desigualdades entre quienes pueden pagar la adaptación (como Países Bajos) y quienes sufren los impactos (como Sierra Leona) no hagan naufragar el proyecto entero. La tecnología nos dio una oportunidad que no merecíamos en 2015; la política y la economía decidirán ahora si la aprovechamos o si simplemente documentamos con mejores datos nuestro propio declive.

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