América Latina y Acuerdo de París: una relación imprescindible
Este diciembre se cumple la primera década del Acuerdo de París, el tratado que orienta la acción contra el cambio climático. Aunque no cumplió todas sus promesas, para América Latina igual es una referencia para tratar de acotar sus peores alcances. ¿Qué sucederá en un contexto adverso para la negociación multilateral? El fantasma de Kioto.
París era una fiesta. Al menos, el júbilo estalló en la sala de periodistas cuando el ex ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Laurent Fabius, bajó el martillo y dio por cerrada la conferencia de Naciones Unidas, COP21 en ese diciembre de 2015, y abrochado así el Acuerdo de París como tratado que orienta la acción mundial contra el cambio climático. La alegría parecía algo exagerada porque apenas era un papel, que mostraba voluntades, desde ya, pero no era el final de nada.
Una década después, y con el cambio climático acechando de manera cotidiana en todo tipo de eventos extremos, llega la hora inevitable de los balances y de pensar cómo serán, por ejemplo, los próximos diez años.
Lo que fue París y lo que es
Para América Latina, en particular, existe un consenso entre los expertos en que "París" no fue todo lo que pudo haber sido; apenas si es una pieza en el tortuoso sendero de poner a 196 países en sintonía a la hora de tomar medidas para proteger sociedades y naturalezas (porque no hay lo primero sin lo segundo).
Su fragilidad y su fortaleza provienen de ese mismo origen, de la voluntad de los países de detener las peores consecuencias de los cambios que tiene la atmósfera como consecuencia de las emisiones de gases contaminantes que comenzaron con la era industrial (en el lejano siglo XVIII) y el uso intensivo de energía de base fósil (carbón, petróleo y gas).
Pero la voluntad, como la donna de la ópera de Guisseppe Verdi, è mobile. Y el contexto internacional no parece muy apto para las conversaciones multilaterales, sino más bien para las acciones de hecho, en guerras comerciales o tradicionales. No es precisamente el camino que propone "París".
De todos modos, los protagonistas tienen claro que el fantasma que se debe evitar es el fantasma del Protocolo de Kioto, aquel tratado climático pionero de 1997, cuya arquitectura era quizá más justa para los países no desarrollados, a los cuales no se les obligaba reducir sus emisiones, pero que tenía vicios políticos que lo terminaron deshilachando.
"En general, el Acuerdo de París sigue siendo una frontera y un horizonte. Una frontera para no ir para atrás y un horizonte, un instrumento global para defender el ambiente. El gran problema del Acuerdo son las señales políticas. El límite es la motivación política, que se ve agravado por los gobiernos negacionistas, que ponen interrogantes fuertes", sintetiza Andrés Nápoli, director ejecutivo de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) de Argentina.
De todas maneras, Nápoli cree que para la región latinoamericana "es un buen instrumento" porque la existencia de los compromisos nacionales de reducción de emisiones permite, por ejemplo, reclamar políticas.
"El Acuerdo es una herramienta desde la cual nuestros países pueden exigir compromisos y justicia, pero -en la práctica- el apoyo ha sido limitado. Las promesas no se han traducido en suficiente acción ni recursos. Pero es algo; pienso que sin este marco común estaríamos aún peor", coincide Florencia Ortúzar Greene, directora del programa Clima de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA).
El tratado en la región
En esta ardua década de negociaciones, que respetaron frecuencia anual salvo durante el año de la pandemia, se avanzó en la forzosa implementación del Acuerdo de París, en cómo conseguir los objetivos de limitar el calentamiento global por debajo de los 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y hacer esfuerzos para que no supere los 1.5 °C .
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En ese transcurrir, la adaptación a las consecuencias del cambio climático ganó espacio: no sólo había que dejar de emitir gases contaminantes, sino también adaptarse a las consecuencias que esa inédita atmósfera generaría en los eventos meteorológicos.
La entonces presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, durante una conferencia de prensa en medio de la cumbre de París 2015. Crédito: Agência Brasil / Wikicommons
También fueron muy discutidos los números de la financiación, es decir, cuánto dinero deben aportar los países industrializados -que lograron serlo a costa del cambio climático- a los países todavía en vías de desarrollo (los latinoamericanos, desde ya). Y eso ha sido un problema en los últimos diez años (y antes también).
"Si no fluye el financiamiento, se avanza mucho más lento de lo esperable", se lamenta Walter Oyhantçábal, ingeniero agrónomo integrante del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), grupo que asesora científicamente a la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
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Oyhantçábal agrega que la reglamentación del Acuerdo de París demoró mucho en operacionalizarse y todavía están en discusión los números y los plazos de esa transferencia de dinero.
Aún así, el ingeniero agrónomo, que trabajó en el ministerio de ganadería de Uruguay, destaca que "la adaptación se puso en un mismo plano y eso para América Latina es muy positivo. Porque nuestras emisiones son de agricultura, difíciles de reducir. Se puede dejar de usar petróleo, porque hay energía renovable, hay tecnología. No hay dudas. Pero para la agricultura no hay reemplazo... salvo que se puedan implementar cambios en las dietas, pero hay consideraciones acerca de si es posible y qué pasa con los rumiantes en nuestros pastizales en cuanto a la pérdida de diversidad".
Dado que América Latina, salvo núcleos concentrados sobre todo en Brasil, México y, cada vez menos, en Argentina, es ante todo una región agropecuaria, un foco son precisamente las emisiones del sector. "Estamos emitiendo un poco más, por más stock y más producción", admite Oyhantçábal.
A la vez, Oyhantçábal destacó el caso de Uruguay, que logró producir más con la misma cantidad de metano emitido. "Se hace por las vías de buenas prácticas, de mejores dietas, controles en la fertilidad del rodeo, con menos animales que no queden preñados y emiten igual; además se mejoran los ingresos económicos del campo", agregó, en un ejemplo que podrían extenderse a otra zona agraria de la región.
Un último punto de análisis es la transición energética, la necesidad de un abandono del tipo de explotación energética que llevó a la humanidad a este escenario. Aquí parece cundir la idea de que los recursos que aún existen bajo suelo latino deben explotarse, sobre todo ante la ausencia de estímulos económicos externos, es decir, de esa transferencia de dinero del Primer Mundo cuya ausencia es brillante.
Así lo dice Nápoli: "Es cierto que la región está lejos en transición energética, que hay una apuesta a los combustibles fósiles, a nuevas cuencas offshore en el Caribe, en el mar argentino... Faltan decisiones políticas para la región, y establecer políticas de direccionamiento conjunto. La región tiene problemas comunes, en cuanto a biodiversidad, desertificación, con las olas de calor intensas, pero todavía carece de respuestas conjuntas".
París, Belém y el fantasmal Kioto
En este contexto, a nivel global, no es que "París" está teniendo un suceso que no se acompaña en la región latinoamericana, más bien lo contrario. Taryn Fransen, directora de Ciencia, Investigación y Datos del Programa de Clima Global del World Resources Institute, resumió la situación: "Cuando fue adoptado el Acuerdo de París, en 2015, el mundo iba hacia un desastre de un calentamiento de 4°C (promedio respecto de la era preindustrial)".
"Gracias a las energías limpias y a las políticas climáticas que algunas de las grandes economías hicieron al amparo del Acuerdo de París la curva comenzó a doblarse", manifestó, pese a reconocer que uno de los objetivos del acuerdo, mantenerse a menos de 1.5°C se desdibuja. "En lugar de 4°C vamos a 2.5°C o 3°C, lo que es un gran avance, pero aún así un gran riesgo", dijo.
En ese sentido, Fransen reconoce que "las tensiones geopolíticas y la falta de confianza representan desafíos serios. Ahí es donde el proceso de la COP se vuelve crucial. Es el único foro global donde todos los países, especialmente los más vulnerables, tienen un lugar en la mesa. La COP no se trata solo de negociar objetivos; es un espacio vital para alzar la voz de los menos responsables del cambio climático y los más afectados por él".
Ese proceso mencionado tendrá en noviembre de 2025 una continuidad cuando se realice la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, la COP30, en Belém do Pará en plena Amazonía brasileña.
Ya en junio de 2023, Lula proclamó que la ciudad amazónica de Belém sería sede de la cumbre de 2025 COP30, diez años después de París. Crédito: Ricardo Stuckert / PR / Wikicommons
Allí se discutirá cómo sigue la agenda, cómo se incentivan más las energías renovables y cómo se logra, en un mundo con tambores de guerra, que se dedique cada vez más dinero para que países y pueblos puedan también adaptarse a las nuevas condiciones del cambio climático. Todo esto para que "París" no se convierta en otro "Kioto".
*Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que Carbono.News forma parte.





