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Análisis

¿Superaremos la germinación del poroto?

Dra. en Ciencias Sociales UBA. Decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Kennedy. Investigadora, docente y escritora.

Si indagamos sobre los experimentos escolares realizados por varias generaciones desde comienzos del siglo XX hasta la actualidad, posiblemente la germinación del poroto se lleve el primer puesto por mucho. Es un clásico de clásicos y una de las pocas aproximaciones experimentales al funcionamiento de los fenómenos naturales que recordamos de nuestras épocas de colegio. Sin discutir esa simpática tradición que incluye algodón, porotos y papel secante, y que salvo en honradas ocasiones, se pudre a los pocos días, podemos afirmar que no es suficiente para aproximarnos a los fenómenos de las ciencias naturales y el cuidado del ambiente.

Otra experiencia vinculada a la educación artística y al reciclado de materiales, reiterada por muchas escuelas en los últimos años, es el armado de collage en base a la destacable obra del artista argentino Antonio Berni. Posiblemente nuestros hijos o hijas conozcan y reconozcan a través de Juanito Laguna, tanto el de Berni como el de las calles, su contexto de latas, cartones y neumáticos o tengan más conciencia ambiental a través de las medias de red hechas con alambre tejido de Ramona Montiel que la que tengamos nosotros o nuestros padres y hayan aprendido más sobre separación de residuos y reciclado de plásticos que nosotros en gran parte de la vida mediante este valioso recurso pedagógico. 

En Estados Unidos, por ejemplo, el armado de una maqueta que emula a un volcán es una de las experiencias prácticas más recordadas como un hito escolar entre los adultos, y actualmente sigue realizándose. Incluso hay competencias de pastelería, con un importante rating vía streaming, que la emulan como homenaje a un recuerdo de infancia.

A mediados de siglo XX se realizaban en las escuelas secundarias experimentos con animales como la disección del sapo o la rana, práctica que se ha abandonado por considerarla anti ecológica aunque, con la pincelada de crueldad propia de un adolescente en fase de exploración, acercaba a los jóvenes al conocimiento de los anfibios. 

Aún recuerdo la curvatura de los gruesos frascos de vidrio que distorsionaban imágenes de animales y órganos en formol ubicados uno al lado del otro en el gabinete de biología de mi colegio secundario, que desde sus vitrinas macizas, nos recordaba que somos parte de un mundo habitado por infinidad de especies que pueden extinguirse. O las consignas de una verdadera maestra de biología que nos hacía describir el viaje de una bacteria por todo el cuerpo humano desde que ingresaba por una lastimadura hasta que un antibiótico lograba eliminarla. O el aroma a sal y el viento frío en la clase de biología que tuvimos en un viaje de estudios donde recolectamos y clasificamos crustáceos y moluscos en una playa patagónica, la mismísima en la cual se cuenta que Charles Darwin juntó evidencias para redactar, nada más ni nada menos, que su teoría de la evolución de las especies. Esas experiencias no se olvidan.

Sin bien existen marcos curriculares para la educación ambiental (específicamente para la escuela primaria, por ejemplo en Argentina, en la CABA, 2014) su implementación es escasa y la formación de docentes en este sentido es falente. Cómo aproximar a las nuevas generaciones, por ejemplo, a una consciencia experimental de la producción de alimentos saludables en el marco de un sistema alimenticio basado en los comestibles que generalmente, al unísono, generan desnutrición y sobrepeso, pandemias permanentes por las cuales no suenan alarmas ni se encienden luces rojas. 

¿Es posible al menos como experiencia introductoria cultivar nuestros propios alimentos en macetas y acompañar el proceso con los niños? Si bien hay múltiples prácticas en escuelas, entidades estatales y ONG sobre huertas orgánicas, comunitarias o escolares, no existe organicidad en la enseñanza de este tipo de experiencia. Tampoco hay lineamientos claros, por ejemplo, para la enseñanza sobre los árboles que pueblan las calles que transitamos. ¿Cuántos nombres de árboles conocemos? ¿Cuántos conocen nuestros hijos/as, sobrinos o sobrinas o los hijos de nuestros amigos o vecinos? ¿Cuántos conocen nuestros padres o abuelos? Posiblemente los mayores, en este rubro del tutti frutti, ganen por goleada.

Quizás sean experimentos pequeños pero que implican aprendizajes significativos como dice el pedagogo Francesco Tonucci. La escuela debe adaptarse a los niños y potenciar su vocación y no al revés. El pedagogo italiano sugiere transformar las casas en laboratorios y luego transformar las escuelas. Volver a experiencias simples y relevantes, que puedan hacerse en cualquier contexto y se transforman en aprendizajes significativos, como la costura de botones, la cocina intergeneracional, la mecánica o la jardinería, desde donde se desprendan temas vinculados a las ciencias naturales, la composición plástica, las matemáticas, la física, la química o la robótica. Y podemos agregar, incluir contenidos transversales que incluyan medios de interés de los chicos como juegos y videojuegos como elementos de aprendizaje o fomentar los trabajos de portfolio y desarrollo durante todo un ciclo escolar. 

Las posibilidades son infinitas pero implican discutir currículas y vincularlas con experiencias prácticas sobre el funcionamiento del mundo. Las teorías surgen de las experiencias y no al revés. Y deberían servirnos para leer la realidad y modificarla, no para encajar a la realidad en sus cuadrículas. Este es el ABC de las metodologías de investigación científica, sean cualis, cuantis o trianguladas. Resulta menester aplicarlas a educación ambiental, pensando en el resguardo de nuestra casa común.

Nuestros niños, niñes y niñas no tienen prácticamente espacios de libertad para la exploración y el aprendizaje vivencial. En América Latina en general las calles se consideran inseguras. Los clubes y colegios, con sus reglas, docentes y jerarquías son sus principales espacios de socialización y experimentación aunque durante el corriente año se encuentran cerrados. El proceso de enseñanza y aprendizaje sin mediación de experiencias resulta efímero, especialmente en épocas de aislamiento social obligatorio donde la virtualidad resulta el único espacio posible de intercambio. Necesitamos impulsar y compartir experiencias vivenciales que nos permitan redescubrir el mundo e impulsar su sustentabilidad.

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