La COP30 cierra con una fractura latinoamericana y deudas pendientes en combustibles fósiles
La cumbre climática en la Amazonía brasileña concluyó en medio de un caos diplomático. Si bien la presión social por el abandono de los fósiles logró permear las negociaciones, el texto final carece de la ambición necesaria. Un polémico movimiento de Brasil sobre los indicadores de adaptación generó un quiebre de último minuto en la unidad regional.
La COP30 bajó el telón en Belém no con un estruendo de aplausos, sino entre la confusión de un plenario suspendido, objeciones a viva voz y la sensación agridulce de un "abrazo con espinas" por parte del país anfitrión. Tras dos semanas de negociaciones bajo el calor amazónico e incluso un incendio literal en el centro de convenciones que obligó a una evacuación temporal, la cumbre climática cerró con una paradoja: nunca antes el reclamo por el fin de los combustibles fósiles había sonado tan fuerte en los pasillos, pero los textos finales apenas reflejan la urgencia que la ciencia y la calle demandan.
La cumbre, celebrada por primera vez en once años en América Latina, prometía ser el escenario para una posición regional unificada. Sin embargo, las horas finales revelaron grietas profundas. El punto de quiebre fue la adopción de los indicadores de la Meta Global de Adaptación (GGA), un tema vital para una región altamente vulnerable a sequías e inundaciones.
Durante días, ministros de Chile, Uruguay, Guatemala, Costa Rica y Perú habían calificado de "inaceptable" cerrar la cumbre sin un marco claro para medir el progreso en adaptación y sin el financiamiento adecuado, rechazando la postura de posponer el debate como proponía el bloque africano. "Nadie debería decirnos que estamos en condiciones de irnos de Belém sin indicadores de adaptación y financiamiento adecuados", había advertido Edgardo Ortuño Silva, ministro de Ambiente de Uruguay, recordando la reciente crisis hídrica en su país.
Sin embargo, en una maniobra de última hora que dejó perplejos a sus vecinos, la presidencia brasileña presentó una propuesta reducida a 59 indicadores -distintos a los 100 previamente trabajados y considerados menos medibles por expertos-, alineándose más con intereses ajenos a la región. La decisión, adoptada tras una confusa suspensión del plenario donde delegaciones como la argentina y la chilena denunciaron no haber recibido la palabra, fue sentida como una traición diplomática. Para el bloque latinoamericano, Brasil pareció priorizar un cierre político por sobre las necesidades urgentes de sus hermanos regionales.
Petróleo o vida: el elefante en la sala
Más allá de la fractura regional, el gran protagonista ausente en los compromisos vinculantes fue, una vez más, el abandono explícito de los combustibles fósiles. A pesar de que el presidente Lula da Silva había enviado mensajes osados al inicio de la cumbre, la realidad de ser el octavo mayor productor de petróleo del mundo pesó en la balanza.
La comunidad científica había sido tajante. Un comunicado firmado por renombrados expertos como Carlos Nobre (Panel Científico de la Amazonía) y Johan Rockström (Instituto de Potsdam) advirtió que la COP30 debía elegir entre "proteger a las personas y la vida o proteger la industria petrolera", exigiendo una reducción anual del 5% en las emisiones fósiles. Las propuestas de hoja de ruta conocidas, aseguraron, estaban "desconectadas de la realidad".
La presión de la sociedad civil fue inédita. Cerca de 70.000 personas marcharon en Belém, las comunidades indígenas hicieron oír su voz recordando el incumplimiento del mandato popular en el caso Yasuní en Ecuador, y activistas realizaron un "funeral de los combustibles fósiles". Colombia, liderada por la exministra Susana Muhamad, ahora enviada especial para el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles, impulsó incansablemente la "Declaración de Belém" para crear una hoja de ruta de salida.
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Pese a este "calor" de la calle filtrándose en las salas de negociación, la influencia de la industria fue palpable. Un reporte de Kick Big Polluters Out reveló la presencia récord de al menos 1602 lobbistas de la industria fósil, un 12% más que en la COP anterior. Además, un informe de la coalición CAAD y el Instituto ClimaInfo expuso un aumento del 2900% en el gasto de publicidad en Google por parte de las principales petroleras en Brasil en los meses previos a la cumbre, en un claro intento de influir en el debate público.
El resultado final fue un compromiso tibio: el presidente de la COP30 anunció el establecimiento de programas de trabajo de dos años para avanzar en hojas de ruta sobre combustibles fósiles y deforestación, postergando una vez más las decisiones inmediatas y vinculantes.
Retrocesos en derechos y el vacío financiero
La cumbre también estuvo marcada por un clima de polarización en temas sociales. Las negociaciones del Plan de Acción de Género (GAP) sufrieron intentos de retroceso alarmantes. Países como Paraguay, Argentina, Irán y la Santa Sede intentaron limitar la definición de "género" mediante notas al pie y revertir lenguaje acordado sobre derechos humanos, reflejando una creciente reacción global contra la igualdad. Esto ocurre mientras el financiamiento para implementar estas políticas sigue estando "notablemente ausente".
El financiamiento climático, la eterna promesa incumplida, brilló nuevamente por su ausencia. Los países desarrollados no presentaron los compromisos necesarios para que el Sur Global pueda enfrentar la crisis. Más allá del lanzamiento del Fondo de Bosques Tropicales para Siempre (TFFF) por parte de Brasil, que suma unos 6500 millones de dólares, los anuncios para el Fondo de Adaptación fueron magros. El texto final se limita a "impulsar medidas" y "destacar la urgente necesidad" de alcanzar metas financieras futuras, sin dinero nuevo sobre la mesa hoy.
Belém despide a los negociadores con un panorama complejo. La ciencia se impuso en la narrativa, la desinformación climática fue abordada oficialmente por primera vez, y la sociedad civil demostró una vitalidad renovada. Pero la falta de voluntad política para enfrentar a la industria fósil y la fractura expuesta en la región dejan un camino arduo hacia la COP31, que tendrá lugar en Antalya, Turquía. Como dijo el secretario general de la ONU, António Guterres, durante la cumbre: las metas actuales deben ser "un piso, no un techo". En Belém, lamentablemente, el techo pareció estar demasiado bajo.